El viento me acaricia una manga del saco,
me desgreña un poco el pelo
del lado izquierdo de la cabeza,
me hace lagrimear un ojo.
Las hojas del olmo se estremecen brevemente.
Es la misma vibración del aire, quizá,
que deshilacha aquella nube allá arriba
y arruga levemente la superficie del charco.
Algo brilla en el aire. Una gota de agua
colgando de una hoja no sabe si caer o no caer.
Me levanto bruscamente del banco
para romper el embrujo, avanzo dos pasos
y entro en un nuevo paisaje.