Las palabras han viajado, de un lado a otro.
Ya han colmado confines invisibles, feroces aguas.
Y dejan la paciencia arrumbada, muerta en el fondo,
en el cielo, en el horizonte, en la muda esquina del alma.
Son aquellas palabras el ocaso de su propia razón.
Abierto todo el corazón: Expuesto y exhibido.
Precipitado, agitado, ensoñado, trasnochado: Sí,
cansado. Indomado, transitado por ausencias invasoras.
Poseído por esas sombras minerales de otro cuerpo.
Cuerpo que pulmón ya no respira.
Cuerpo que mirada ya no mira.
Cuerpo que labios ya no han de proclamar.
Cuerpo que tacto arácnido sin una sola pata.
Cuerpo que oídos ensordecen toda voz.
Cuerpo que piel que aísla polvo-nostalgia.
Cuerpo que ausencia-raíz reina de los días.
Cuerpo a descuerpo a cuerpo que danza en su fósil.
Cuerpo insolente imantado a otro cuerpo: No más.
No hay cicatriz más profunda que la que no existe.
Aquella que nunca fue herida… Tan solo ilusión.
Un simple dolor ficticio, suave ficción que abraza
esta herida que nunca abrió pero que no cierra.