En el silencio de la noche me hablaba el río
con su rico lenguaje cargado de metáforas,
me iba describiendo una a una todas las penas
que desde su nacimiento hasta allí arrastraba.
En su más tierna infancia vio a su madre la fuente
derramar copiosas lágrimas
cuando él, que no era más que un candoroso niño,
revoltoso y cantarín de ella se alejaba.
Dejó llorando a su madre
para introducirse en las más agrestes montañas,
allí recibió sus quejas
antes de arrojarse en peligrosas cataratas.
En su fluir vertiginoso,
en pos de sí iba dejando huellas ensangrentadas
por las heridas que en su loca huida recibía
de lacerantes espadas.
Cuando llegó ya cansado a la edad madura
y por el llano remansado se deslizaba,
la cara de la luna se reflejó en su espejo
de rojo teñida y toda llena de lágrimas.