Venido de la nada espesa al absoluto olvido.
Salido del polvo,
al cual un día trascenderán mis huesos,
soplado con aliento de vida,
nacido de mestiza, hombre por defecto,
acendrado con sangre. Nacido otra vez.
En el límite de la sombras
nos acechan cuchillos de veneno mental,
el destral del verdugo nos mira delirante,
impasible, mueve su filosa lengua,
como esperando el salto al vacío
de algún alma incauta.
Vivimos al límite del abismo y las sombras.
Entonces, qué decir de los seres
que equivocan los sueños
y se llenan de ira clandestina, de avaricia oxidada,
entran en las cafeterías con su gula despiadada,
su soberbia al cinto, lujuriosos de oficio
y el triste perezoso que envidia su fortuna.
Cruzando las fronteras del abismo y las sombras
reptando de algún modo,
viven con sus casacas de telas despiadadas,
perfumados y a la moda, van en autos modernos,
se dispensan un Dry Martini
y encienden un cigarrillo con modales ficticios,
entre la desfachatez del mundo
y las taras humanas que adornan su diadema,
aderezan con sangre dígitos en sus haberes,
mientras el tiempo avanza con su habitual cordura
y los fantasmas del miedo devoran intestinos.
Avanzan, con sus botines de mármol
en un lago de envidia donde ahogan sus ansias,
delirantes de fortunas,
con la piedad del que asesina abrazando su presa,
haciendo un mausoleo a la codicia,
vacíos del alma,
en una calle empedrada por la agonía,
donde la decencia feneció dando gritos.
Así es la normalidad del mundo,
donde el marketing del amor
es dejar de ser idiota y no vivir por nadie;
yo observé su desfile, luciendo sus medallas,
al pasar frente mi detallé sus vestidos
y marchaban ataviados de espejos lapidarios
donde observé mi rostro
donde ligeros reflejos de lo que es mi vida
llenaron el espacio con un choque de asombro
y la conciencia del alma cual testigo silente
taladró mis sentidos y humedeció mis ojos.
Y hoy me pregunto:
cuántas veces dejé de hacer bien
ignorando el dolor de mi prójimo?
Cuántas veces mi altivez hirió un alma,
cuántos corazones que me amaron laceré
en mi egoísmo de las mil y una noche?
En cuántas ocasiones traicioné sentimientos
y mentí en mi pancista defensa?
Y sin duda, en algún segmento de la curva,
la lujuria perfumo mi pañuelo,
a la justicia apuñalé en la espalda;
y aunque escapé del destral del verdugo
porque mi alma no saltó al vacío,
no tengo razones para alzar la piedra.
Después de su desfile volví sobre mis pasos
con el alma desgastada y el corazón en silencio,
ese silencio que solo nuestro sino identifica
como un largo camino circunspecto
de las equivocaciones
que nos hacen ver terriblemente humanos,
débiles ante la tentación y el miedo
que azota las esquinas,
mi andar se volvió lento en su tristeza,
esa, que nos deja desarmados ante las realidades
que nos desvisten por dentro,
y al ritmo de mis lágrimas cansadas,
volví mi mirada a una cima sangrienta,
donde el crimen y el pecado se vistieron de gala
martirizando a un justo,
que desde el tercer cielo nos dice con dulzura:
Ego Sum Lux et Veritas et Vita