Solo tu reflejo me hace dichoso
Narciso, cargado de laurel,
me visitó la víspera.
Vino al viento de alabanzas,
de aleluyas de regocijo al
tenor de un canto a mi
tierra.
Narciso, sé que existes, que
te asomas a todas las fuentes
no importa caudal ni piedra,
que a mi fuente te acercaste
aunque temo tu presencia.
Narciso, sabes que no eres de
mi incumbencia, me tengo por
un Sísifo cualquiera que vuelve
grupas en lo alto de la ladera.
Narciso, maldito seas, eres un
nublar que de mañana ciega y
de tarde fue mentira tu
existencia.
Añafiles y atambores tronaron
por mi ventana, antesala de la
hueste real que en comitiva
acompaña.
Agasajos y demás golosinas mis
sentidos entrampan, mis versos
cumbres de las letras se dice
que alcanzan, sonrisa, cortesía,
mi rostro engalanan.
Recibo recomendación y carta
que lacre rojo guarda, de heraldo
pendenciero que en confusión
me desata.
La satisfación hace yaga, su cicatriz
desaparecer aclama y al poema
que sigue, atención y olvido
como condimento bastan.
Como carne que tierna y doliente
al dedo que presiona contesta,
halagado y bien nacido me reputo
por tamañas fiestas, más la vida
sigue con sus dimes y diretes y
su quehacer de brega, y la Poesía,
mi dulce compañera, reclámame
mimos cada jueves de Cuaresma y
domingos de feria.
Dicho esto, apresto mis manos a la
mayor de las hecatombes que el Olimpo
ver pudiera, me rindo a los dioses
que simpar banquete me aparejan
y prometo coraza de diamante
y leña ante el insaciable Narciso,
que lejos, creo, me tienta.