Con un trazo, una mano al vacío.
Diente afilado, porcelana de hueso helado.
Toda el alma pilar de cada movimiento,
ideas que corren sus pasillos sin miedo.
Él sueña las olas tempranas de un mar esquivo:
Mar que nace, trepado en los cabellos de alguna,
de una… de unas, y las palmeras como parpados danzan.
Las costas de su lienzo llenas de espuma frenética
que sin límite sube a cada cuerpo atisbado de sentidos.
Hilarantes burbujas de blanquecina inspiración,
toda la pasión de un instante se eleva y enerva el planeta:
Dulzura esférica entre los dedos a paso que da.
Toda mirada circular que vuelve a mirarse a sí misma.
Mar amarrado a la imaginación, nacido del silencio.
Guardián de cada recuerdo que plasmas.
Tú: Instrumento de lenguaje universal,
de música esparcida por todo instante, por todo sitio.
Presencia nunca oculta detrás de todo nacimiento.
Habrás de ser tú el que doma al hombre, a la hembra,
al alma desatada como una bestia.
Tú, el equilibrista que sonríes lloras y vibras
sobre las cuerdas de la existencia.
Aquel hombre de cristal que se refugia en otros mundos.
En planetas impensables, en noches salvajes donde
monstruos amables caminan en mil pies,
donde tragas las horas y no viceversa.
En mundos pintados de tu propia mano, de tu propio verso,
de tu propia voz, de tu propia respiración: De toda tu esencia
concebida en un útero blindado de todo dolor (falsa tranquilidad).
Y en esa búsqueda interminable,
de caídos heridos y resucitados.
De milagros bien enterrados y de azufre huésped.
Hay veces que de nada sirve ese sermón bien logrado
de espíritu forastero, de anhelo abandonado y no correspondido.
Pero el mundo gira y gira.
Y el mundo abraza cada a niño, lo amamanta, lo surte de almas.
La orfandad se vuelve un ocaso, un ocaso.
Aunque la vena se hinche tanto, que la sangre se quiera volver rio.
Y los ríos: pasado.
Y el pasado: presente.
Y tú arte: polvo en el lugar equivocado…