Daniel Memmo

La cama embrujada

En una mesa vieja

gastada por los codos y los vasos,

en el naufragio de los días,

el parroquiano se aferraba cada tarde,

el vino como salvavidas,

y la confesión en un relato sudado,

juraba que su cama estaba embrujada,

una noche se aparecía al borde de su pies,

la primera mujer que lo beso,

con sus bucles rojizos,

su cara de niña,

con el semblante de aquella juventud,

nunca le  habla, solo lo mira,

como la inocencia..lejana,

en otras noches,

se le presenta en su costado,

la mujer que le enseño el lenguaje de los cuerpos,

nunca le hablaba,

sensible y tímida se desnudaba y se alejaba..como la pasión,

en otras..,

sentía como lo cubría con la cobija cuando imperaba el frío,

aquel amor que no quiso promesa,

triste con la carta de la despedida en sus manos,

y se alejaba como la primera vez,

en otras madrugadas..,

estaba ella, que lo observa desde un rincón,

sin culpas, ni reclamos,

y se alejaba..como un final anunciado,

mezquinando los besos,

cada noche desfilaban alternándose aquellas mujeres,

de los efímeros impulsos que juran ser eternos ,

la de los labios que deletreaban dulcemente la promesa eterna,

la de los brazos suaves,

y las palabras duras,

la que le enseño que la locura vuela con los pájaros,

y besan como los amantes cuando están apurados,

cada una como un desfile del quien fue,

juntando sus partes,

en cada una de ellas,

que se quedaron con partes de él.

La mesa gastada del bar extrañaba los codos del parroquiano,

que de repente se ausentó del naufragio de los vasos,

muchos dijeron que una noche la dama que él siempre extrañaba,

se acostó en el lado izquierdo de los recuerdos,

y se durmió abrazado para siempre con ella..,

con el fantasma que siempre le hablaba a su alma.

 

     Daniel Memmo