Los nimbos coquetean al sol
con sus pálidas mejillas de algodón.
Un beso matinal cae dormido en tu piel,
tu sonrisa, la misma que cautivó mis sentidos
se entreabre ligeramente
en un gesto incitante a permanecer en ti.
Te beso casi dormida
y mi mano instintiva te rosa con el dorso,
acariciando tu rostro una vez más
desde aquel día primitivo,
que nuestros dedos entrelazaron sus rutas
marcando un solo rumbo a nuestros pies,
asociando mi libertad con la tuya,
combinando palabras para formar las frases
que fueron escribiendo nuestra historia vivida,
con la locura del amor encinta,
decorada por la pátina de los amaneceres,
con tu nombre en la proa
y mi canción viajando indefensa hasta tu oído,
desatando el botón de los deseos
del vestido en tu espalda.
Un día más contigo,
mi nave de viajero se adentra en el misterio,
de este mundo nuevo descubierto en tus ojos,
de la caricia diaria,
la que se bate a muerte con la odiosa rutina
y sale victoriosa,
germinando en el lecho la pasión que renace
en ahogados gemidos que salen de tus labios
y en vuelos de libélulas,
semejante a hadas traviesas,
decoran nuestra alcoba,
que retiene en improntas sucesivas,
las huellas de mi ser en tu vientre,
como el cofre del tesoro de una isla perdida
que trascendió en el tiempo.
Las nubes se alzan blancas,
coqueteándole al sol en su vuelo atmosférico
y éste cual amante perfecto,
calienta con sus rayos su fantasía cósmica.
Yo me miro en tus ojos mientras beso tu frente,
un día más contigo me regala la vida,
un día más del mundo en el mar de tu ensueño,
donde navego sólo, al final de los tiempos,
con tu nombre en mi proa
y el retrato de tu amor en mis versos.