Si me dejaras disfrutar tu cuerpo,
como sueño en mi noche congelada,
cesarían las llamas del infierno
que aviva mi pasión desesperada.
Y si pudiera acariciar con besos
tu piel de luna y tu mansión sagrada,
te obsequiaría mi bastón de invierno,
igual que fruto en la estación dorada.
Si no sientes amor, hazlo siquiera
por caridad con este octogenario
que no puede olvidarte, aunque quisiera.
No le niegues placer al que te implora.
Nada pierdes al ser samaritana
con quien callado en su vejez te adora.