El otro yo

RendiciĆ³n

Era frío y me quemaba hasta los huesos,

podia incendiar mis entrañas sin saberlo,

envolverme en una nube de éxtasis

sin tocarme y sin quererlo.

Me incitaba a mirar debajo de su piel,

a pensarlo en el sillón de mi casa,

sin nada más que un deseo irrefrenable

de arrancarle los prejuicios entre mis sábanas,

recorrer a punta de besos su extensión

desvergonzada y escalar en su pecho,

en su cuello, en su espalda.

Era una aventura navegar entre sus ríos,

sortear los remolinos de agua clara

y terminar los dos rendidos, respirandonos 

el aliento después de la batalla.