Era frío y me quemaba hasta los huesos,
podia incendiar mis entrañas sin saberlo,
envolverme en una nube de éxtasis
sin tocarme y sin quererlo.
Me incitaba a mirar debajo de su piel,
a pensarlo en el sillón de mi casa,
sin nada más que un deseo irrefrenable
de arrancarle los prejuicios entre mis sábanas,
recorrer a punta de besos su extensión
desvergonzada y escalar en su pecho,
en su cuello, en su espalda.
Era una aventura navegar entre sus ríos,
sortear los remolinos de agua clara
y terminar los dos rendidos, respirandonos
el aliento después de la batalla.