FERNANDO NOVALBOS

TRIZAS

TRIZAS

\"La amargura del dolor no comienza

hasta que el transcurso del tiempo demuestra

la realidad de la pérdida.\"

#Irreverencias 

- Frankenstein -
—Mary W.Shelley


A penas si pongo interés por el viento que se apropia

del aura transeúnte de la ciudad cada madrugada.

Llevo a la espalda mis alas desgastadas,
extraordinariamente humano como resulta,
soy ave de un paraíso sin promediar vuelo. 

El año comenzó mal, 
y si nada lo remedia terminará peor aún.

Tiempo atrás decidí transformar mi posición, 
seguí una línea paralela que no pareciera dispar, 
quise ser guepardo contra todo pronóstico,
desnudé el alma entera sobre la alfombra rugosa
de la selva para alimentar el ego con el fruto 
amarillento del maizal prohibido, sin embargo, 
aun probando la espuma azul de las nubes, 
el amor que siempre esperé a que llegara, 
se desmoronó con parte de las expectativas, 
su felicidad, a costa de la mía, agonizaba, 
como la luna que inundó la poesía de estrofas,

desapareció lentamente de mis manos.

Durante esa larga temporada de existencia común,
la lluvia cayó a velocidad de crucero,
un ciclomotor consumido en el tiempo que se detuvo,

endosó su espíritu agorero a la tardes grisáceas

de algunos domingos que removían la distancia,

hasta que la noche deshilachó su bocana en los lunes

funestos y se esfumó la necesidad de ser y estar,

el rumor callejero derramó neblina en el lomo

cochambroso de las calles, y casualmente,

crecieron azucenas en los lugares donde transcurría

la historia de mis poemas,

la ciudad blanca, la innominada.

 

Así que busqué su periplo de dudas con insinuaciones, 
como una libélula floreciente y desfondaba, 
provisto de velas, azahar y luces claras, paso a paso,
pero fui incapaz de rozar el ángel encadenado
al silencio que surgía de los poros de su piel. 

Tan sólo quería ser parte suya, íntimo, cotidiano,
sin pronosticar exceso en la agonía que disimulaba

sus defectos bajo el estero de flores de la tierra fértil,

hasta que algo inaudito detuvo el caudal errante

de mi sangre atormentada,
un dolor hechicero vació tanto mi ser,
que deposité el veneno mortal de sus heridas
en el fondo de una vasija donde las flores 
fueron marchitándose a ritmo agigantado.

Es como la vida hizo trizas mis sentimientos,

un sueño verdadero, vivir fuera de ella

o renacer en la isla mágica de sus adentros,
los días que restaran para que muriera el amor, 
así que una noche desarropamos el corazón,
y nos heló la desfachatez insensata del frío.

Hoy me pregunto qué hice tan rematadamente mal 
para que desentrañara – cruel y lúdica –

una razón tan pura como la que fue acontecer.