En el álgido silencio estival
un monótono zumbido sonaba,
diluido en las ondas inmarcesibles
a mi plácido espíritu turbaba.
Invisibles abejas susurrantes
que por el inaudible éter danzan,
trasladando de una a otra esfera
el polen de las desveladas almas.
Átomos de aire insuflados de fuego
que crepitan en la dorada paja,
sus restallidos mis oídos hieren
en el sosiego de la tarde en calma.
Fragancias que la tenue aura lleva
en sus inasibles y lenes alas,
como infrangibles briznas de aromas
que por el célico éter se derraman.
Ilusiones que vuelan en el aire
como incólumes sueños de la infancia,
espíritus que sin rumbo pululan
por el amplio infinito de la nada.