Él la tomó de la mano como el niño al juguete.
La atavió con su fina mentira,
y su exclusiva sonrisa fue para sus ojos
una clave de acceso a la deformación
de los sueños prematuros,
que abundan deambulando
en las noches enteras de escondrijos,
pululantes de emociones trituradas.
Fue para ella
el sol que maduró la semilla de las transformaciones,
hacia una primavera sin abriles,
la misma que reflejaban
la quietud de sus ojos al sonreír al océano
cuando apagó su luz.
Sus besos horadaron la inocencia
como el agua al cántaro sediento
que se desborda de frío
dejando un aluvión de preguntas
que hallaron respuestas subyacentes
en el fondo de las desilusiones.
Ella vivió una fantasía de tigridia,
en la ilusión de un día,
fue el delicado jarrón de porcelana
donde exhibió sus sueños florecidos
y voló en su luna por el cielo,
descorchando al destino sin llegar a la meta.
Una mañana despertó de la prisa de sus sueños
con las ropas ajadas y una huella en su aliento,
abrigada con las espinas del engaño,
de besos que no fueron caricias,
del fantasma de un ave tenebrosa que ríe
sucumbiendo de raíces y abrojos
cocinados en el atardecer de un enero,
que hacía la apertura de un año bisiesto
en el calendario de las equivocaciones.
Cuando la conocí, vagamente sonreía,
sin recordar cuántos fueron los abriles
transcurridos en blanco y negro
desde el día que se eclipsó su luna,
y los besos que envenenaron su silencio
fueron vapor de estiércol;
hoy viaja entre esquinas pasajeras
de algún lugar del orbe
que se llena de smog por las mañanas,
cansadas por las nostalgias del tiempo
y por recuerdos difusos,
que de vez en cuando admiten la realidad
estupefacta de las alucinaciones,
que dejan los sueños de porcelana
cuando caen al suelo.
Boca de Uchire 3 de abril de 2019