Yo guardé en mi memoria aquel instante
que tu boca a mi boca se fundía;
el momento sublime y delirante
que tu cuerpo en mi lecho poseía.
Enredada en los tibios edredones
parecías paloma blanca y pura,
anidando la llama de pasiones
que sudaba tu cándida figura.
Con la luz del corintio pebetero
tu sonrisa fulgía dulcemente;
y tus ojos radiantes de lucero
irradiaban lascivia incandescente.
¡Y prendido a tus formas escultóricas
apuré del placer las copas dóricas!
Autor: Aníbal Rodríguez.