Los gatos me persiguen por las noches,
observan con agujas
el llanto de mi alma;
huelen,
y están atentos a cada paso indiferente
que clavo con furia
en el suelo condenado.
Tiemblan,
tiemblan las imágenes,
y los gatos platican como gente,
platican y concertan,
platican y condenan.
El polvo, el polvo de los huesos,
el polvo de la carne,
los gatos y sus dientes,
los gatos y su hambre;
la tardanza de mi vida,
el sepelio en mi familia,
los gatos y su furia,
los gatos y sus charlas.
Por ahí da vueltas mortales la luna con sus olas,
por ahí va descendiendo
un sol que nos contempla
y que nos mira con tristeza;
por ahí los gatos y sus golpes,
por ahí los gatos y sus atroces maullidos musicales.
Un incendio en las llagas fantasmales,
un soplido de flor convaleciente,
unas letras que nos consumen desde antes;
lo predestinado está por consumarse;
los gatos y sus señas,
los gatos y sus muertes,
los gatos y sus vidas,
los gatos y su suerte.
Tiempo que recoge con mil brazos
corazones
y esperanzas,
que absorve la estática
tranquilidad de la galaxia;
los gatos y su culpa,
los gatos y sus risas,
los gatos y sus loas,
los gatos,
los gatos,
los gatos:
fines
y
clemencia.