Pasaba su dedo por el borde de la copa,el sonido que emitía llamaba a las fieras al festín de excesos que escondían sus faldas. A dedo escogía la víctima de sus garras y lo escoltaba por un pasillo oscuro lleno de figuras macabras, al final sobre una mesa un totem fálico envuelto en guirnaldas.
Desvestía a su amante en turno, lo amarraba a la cama mientras en la habitación contigua una gitana gemía abrazando entre sus piernas otra dama. Le reconocía a punta de besos un ombligo tembloroso y le decía \"tranquilo mi escolta, izaremos juntos esta bandera blanca\".
Su boca exploraba cada rincón del bosque que le ofrecían unas tímidas miradas engatusadas por un monte al descubierto, salvaje y sin tapujos ni ocultas faltas. La fiera estaba lista para el ataque, entonces lo desataba, el juego terminaba. Era hora de mostrar las cartas, ponerlas sobre la mesa y volverse la presa a ser devorada.
Con gusto le cedía su cuello a las ansias del amante por sangre revolucionada, sus caderas serían el abrigo para esa espiga dotada de perlas blancas. Lo provocaba, hacia hervir a borbotones su sangre para después servirse a la batalla.
La tertulia culminaba con dos cuerpos exhaustos y cubiertos en placer. Su turno terminaba, la victimaria devenida en victima recogía su dinero y salía en busca de su próxima batalla.