Me duelo dentro, como tú.
Un leve viento arruga las telas suizas.
Hans ofrece impertérrito sus amarillos
con sus azules a la mirada displicente
del papa, ciego en la costumbre.
Se cierran las alabardas a su paso en un
fragor de pulcros metales.
Hans calla su viacrucis, su armario cierra
su misterio a calicanto.
Nadie lo sabe, su habitación tampoco.
San Pedro es el sumun de la decencia-
dicen sus malas lenguas.
Su familia está lejos, muere de frío y
se adivina paria por las calles,
echado a patadas del calor que apenas
le es bálsamo - los que comen su mismo
pan.
Cada día su pluma inicia un descenso
digestivo que acaba en ardentía.
No puede más, teme caer, su sangre
late borboteante en las sienes.
Su santidad, pido audiencia - dijo.
La mirada blancacasquete del iluminado
exclama un sinnúmero de ¿?s.
Soy indigno de su excelencia.
Soy impuro.
Se puede curar, no temas hijo mío.