Dejando cada noche el cuerpo
acurrucado en posición fetal
en el sótano de un orfanato
para poder fusionar el alma
con adopciones intangibles.
Abandonando al llegar el alba
la suite del hotel entumecido
donde los amantes apalabran
volver a besarse sin escafandra
para realojar los sentimientos
en algún cielo de cinco estrellas.
Rechazando el transplante
de aurículas y ventrículos
en el quirófano taquicárdico
para desfibrilar los sueños
de un corazón desengañado.
Desocupando la osamenta
estacionada en doble fila
de una avenida mal avenida
a la que le sobran las manos
por no tener donde meterlas
para rellenar el depósito
de la introspección olvidada.
LA MANCHA IMBORRABLE (3 de abril de 2020)
-Papá, ¿dónde iremos cuándo no haya coronavirus?
- En primer lugar, al parque de los patos, mi vida. En cuanto tengamos vía libre, correremos hacia el parque y si llegamos los primeros, cruzaremos la puerta alzando los brazos para romper con el pecho el precinto que indica la prohibición de entrar, como si ganásemos una carrera. ¿Vale?
-Vale papá, y si alguien rompe la cinta antes que nosotros no importa, lo importante es participar, ¿vale?
- por supuesto que sí, hija.
Tengo comparada a esta pandemia con una mancha grasienta que cuanto más se intenta limpiar, más enfangada queda la superficie. En mayor o menor medida, sus invisibles tentáculos tocan ya todas las latitudes del planeta.
En España, el domingo se endurecieron las medidas de confinamiento implementadas un par de semanas atrás, restringiendo aún más la movilidad de las personas y suprimiendo el desempeño de algunas actividades cuyo ejercicio estaba permitido hasta entonces, entre las que se encuentra el sector de la construcción. Toda la prevención que se tome para cortar la propagación del virus es poca, por lo que ya solo se pueden ejercer las actividades esenciales, como los servicios sanitarios, los dedicados al suministro de alimentación o a garantizar la seguridad y el adecuado cumplimiento de la cuarentena, encomendados a las fuerzas y cuerpos de seguridad o a las fuerzas armadas, que han sido desplegadas en misión de apoyo por todas las ciudades del país. Todos están haciendo una labor encomiable, desde los sanitarios que se encuentran en primera línea de fuego, y cuya exposición al contagio es la más directa, hasta los jornaleros que se levantan a las 5 de la mañana y se suben a un autobús para que no nos falte fruta y verdura. Hay quien trabaja por vocación, y se ofrece voluntario para ayudar, pero evidentementemente, quien trabaja es para llevar un sueldo a su casa, y muchos de los que se han visto forzados a dejar de trabajar preferirían seguir haciéndolo aún a riesgo exponerse al contagio. Perder el trabajo ahora, sin tener la certeza de recuperarlo, debe ser angustioso, pero eso no resta ningún mérito a quien está al pie del cañón.
Tanto tu madre como yo realizamos actividades encuadradas dentro de las denominadas como esenciales y seguimos trabajando, y tal vez en Lorca el impacto económico no haya sido tan devastador como en otras regiones, ya que gran parte de su economía está directamente ligada a la agricultura y la ganadería, pero aún así hay mucha gente que debe estar aguantando la respiraciónen sus casas y ninguno estamos libres de vernos afectados de una u otra manera. En Lorca estamos ya vacunados de todo. En la última década la ciudad ha sido azotada por crisis financieras, por terremotos, por inundaciones y no va a venir ahora un bicho insignificante a darnos lecciones de hecatombes. La población está llevando con una entereza ejemplar el confinamiento y ya parece que el primer embite del virus está remitiendo. Estoy convencido de que pronto este forastero llegado del infierno se irá por donde ha venido o hallaremos un antídoto, pero el futuro es muy incierto en un país que en los últimos años se ha visto obligado a hacer recortes en materias de educación o sanidad para poder hacer frente a las pensiones o a las prestaciones sociales y que de repente su economía ha sufrido un frenazo en seco. Estamos integrados en la unión europea y seguro saldremos adelante. ¿A qué precio? Quién sabe pero esperemos que no sea demasiado alto. Lo que tendremos que plantearnos después de la pandemia es si podemos continuar con la vida que hemos llevado hasta ahora. Si bien la globalización y la movilidad geográfica que ésta conlleva ha podido contribuir a su fulgurante propagación, parece claro que la destrucción del medio ambiente provocada por el sistema capitalista no ha sido la causa de la pandemia. Ya antes de Babilonia y de aparecer el cambio climático hubo pandemias y una cosa no ha llevado a la otra, pero no hacía falta ser muy espabilado para darse cuenta de que este sistema económico iba a reventar por algún lado, y lo ha hecho por donde menos se podía pensar; por culpa de un virus. En estos momentos de histeria colectiva, por más temple que uno quiera tener, las emociones están a flor de piel y todo se magnifica demasiado. Estoy escribiendo de corrido sin poder pensar con claridad y no puedo evitar ponerme en lo peor. Ojalá que mis pensamientos solo sean fruto de mi actual estado pesimista y consigamos enmendar pronto la situación.
Esta semana hemos pasado 3 días en el campo y mientras estoy contigo me olvido de todo lo negativo de esta perra vida. En realidad me preocupa el porvenir que puedas tener porque hasta ahora, esta situación no ha hecho más que fortalecer nuestra relación paternofilial. Como tú no tienes colegio y yo trabajo los fines de semana, entre semana nos subimos al campo para evadirnos un poco. No creo estar rompiendo el confinamiento con ello. Más riesgo existe de contagio estando en la ciudad que allí los 2 solos. De todas formas, según las visitas estipuladas en el convenio regulador, tengo que ir a casa de tu madre a recogerte 3 días por semana, mejor será ir solo una vez y hacer los 20 kilómetros de camino por una carretera poco transitada sin bajarnos del coche, que no estar circulando por la ciudad. Una vez allí, pasamos los días en la casa o en el patio, y salvo alguna excepción en que bajo a la tienda, nos pasamos los días sin ver a nadie. Desde que dio comienzo la primavera casi no ha dejado de llover y el campo presenta un aspecto espléndido. El lunes cogí un tarro de semillas ecológicas de diversas variedades(maíz, espárragos, fresas, calabaza, zanahoria...)que tenía guardado en el armario, obsequio de unos compañeros de un curso de agricultura ecológica que realicé hace unos 3 o 4 años, y estuvimos poniendo algunas en la tierra mojada. No sé si después de tanto tiempo las semillas conservarán su latencia de germinación. Seguro que alguna sí. Cuando elegimos el trozo de tierra mojada donde plantarlas, lo primero que te expliqué es a quitar las malas yerbas:
- Aunque te digan que no hay malas hierbas, sino malos cultivadores, no hagas mucho caso que sí las hay, mi vida. Acostumbran a nacer junto al tronco de los árboles o el tallo de las verduras. Cuando nacen, sus brotes parecen tan tiernos que te da pena arrancarlos, pero si los dejas crecer terminarán bebiéndose el agua o alimentándose del abono que necesita el fruto. Son parásitos vegetales. No producen nada, nada generan, ni siquiera echan flores. Permíteles crecer y estarás perdida, pues aunque intentes arrancarla de raíz, volverá a nacer una y otra vez. Da igual que la arranques y la plantes a 100 metros del huerto, saldrá de la tierra y regresará andando para plantarse de nuevo junto a tu hortaliza. Son incisivas a más no poder, mantienen su erre que erre y no hay tumba que las entierre.
- Vale, papá, entonces sí tenemos que arrancarlas.- Y con las manos fuiste quitando todos los brotes de hierba de la pequeña parcela.
Luego cogí el azadón y fui haciendo unos surcos para dejar la tierra mullida. A continuación, esparciste las semillas antes de arrastrar el pie por la superficie para que las semillas quedaran cubiertas. Espero no ser demasiado catastrofista, pero con los visos que está tomando la situación actual, el que disponga de un trozo de tierra y un puñado de semillas tendrá un tesoro.
Cuando ya dejamos las semillas enterradas, bajamos a los pinos donceles a coger un poco de leña para encender la hoguera. Hace un par de años les quité con una sierra de mano las ramas más bajas y ya están secas. Cogimos un puñado de hojarasca seca de pino y aunque la leña estaba algo mojada, no tardó en prender. Yo te decía que la hoguera no se podía apagar y que si la manteníamos encendida, el coronavirus se quemaría, y cuando la llama perdía fuerza, me pedías que bajásemos a por otro cargamento de leña. Resulta maravilloso el entusiasmo que pones cuando te propongo hacer cualquier tarea, y el hecho de ver tu conformidad para estar conmigo, en parte también porque auizás te aburra estar metida todo el día en un piso, me llena de vida. Por las noches, antes de dormir coges el teléfono y te pones a bailar con una aplicación de coreografias para niños o coges una libreta para practicar la lectura y la escritura. Ya al tercer día sí me sueles decir que tienes ganas de ver a tu madre, algo normal por otra parte, y ya bien entrada la tarde nos bajamos a Lorca. Por lo que estoy viviendo contigo estos días, insisto, más que estar atravesando un periodo de necesaria privación de libertad, me encadena a la felicidad, pero la preocupación por la inestabilidad del futuro a corto y medio plazo es inevitable.