Esperar hasta que el corazón se estruje de tanto aguantar las ganas de callar los pensamientos, apagar esa chispa ahogada en conversaciones con el espejo y no a la cara del personaje del manicomio que me regalaba cartas. Esperar hasta que las piedras, desgastadas por el oleaje, firmen un pacto de alto al fuego y se entreguen a la marea, esperar mientras los años, los días le siguen marcando llegada.
Esperar sin sentido, esperar que el ciego vea los ojos enamorados con los que lo miro, que un sordo escuche el sonido de las lágrimas en mi almohada, esperar que el mudo hable de amor sin señas y en voz alta.
Si usted tuviera en sus manos este reloj con manecillas a cuerda, si tuviera el espejo y las cartas, esperaría como yo lo he hecho con la soledad en mangas largas, con las zapatillas atadas listo para correr al abrazo de infinita quietud y de indiscriptible templanza.
Estando con los pies en posición de largada esperar ha sido el suicidio más largo de todos y sin embargo aún así todavía no me mata.