Esperaba en una calle donde el miedo
auguraba palos de ciego
acompañando cada seña.
En rebelión con lo advertido,
el cuerpo lamenta
cada intento de expresión
de sí mismo
que rinde pleitesía a las dudas,
cada verter vagamente de su ser
hacia dos órbitas vacías
donde se acomodan nube y aire,
polvo y nada al mismo tiempo
como gotas que se deshacen,
llanto por llanto,
perdiendo la esperanza.
Más allá de otro tiempo perdido,
no alcanza sino otro destino amargo.
Y a pesar de que la ventana está abierta,
solo una corriente gris desnuda
memoria a memoria su fruto,
al pie de un temor como una torre,
levantado piedra por piedra.
Hubo un día en que las manos
no apretaban más que la vergüenza
asfixiando su muerte con una simple risa.
Mas ya no consigo ver sino cómo se apagan
los recuerdos de estas calles.
Tan mortal la carne como su esencia,
tan frágil que hasta llora su propia cárcel.
© Derechos reservados.