Hijo mío (la misión).
Hijo, hoy te entrego un mundo lleno de maldad, de gente falsa e inoperante. Te dejo una tierra cargada de tristeza, de hombres y mujeres viviendo en la miseria. Es tuyo este jardín, y tú has de convertirlo en un camino, en una ruta más amable, con tantas esperanzas como razones para sonreír.
Te dejo, hijo mío, las muertes que las guerras causan diariamente, el fuego en mano armada y la lágrima clavada en el centro de mi alma.
Esta es tu tierra. La mujer que lucha sin un marido y que vive en este mundo sólo por sus hijos. El hombre que trabaja por sólo unas monedas y que es explotado hasta tarde en luna llena. El niño que se esmera por ser hombre prontamente y llevar el pan a casa que escasea y es urgente. La anciana que hoy le llora al amor de sus ensueños y que implora que la guerra le devuelva a su pequeño.
Te dejo, hijo mío, un par de bellos sueños que tú harás realidad: el día que la sonrisa al fin sea felicidad y la noche que la lágrima seque en esta humanidad.
Te estoy dejando todo, el hambre y la sed, verás hambre por el robo y la sed por el poder.
A ti te obsequio un mundo que no sabe ser feliz, que añora amor eterno y siempre huye de él cuando lo está viendo venir.
Perdóname, hijo mío, por dejarte esta misión y por hoy dejarte solo y sin mucho más de mí.
Hijo, un día cambiarás el mundo y yo estaré feliz (con el alma y sin la piel) porque allí, desde el cielo, te estaré viendo crecer.
A Marcel L.