Miro en la pureza de lo que hablas
los vacíos de la vida
como cortes negros que no enseñas a nadie.
Y quién pudiera mirar
en el filo de tus pestañas sin cortarse,
quién pudiera mirar
en tu dolor sin quemarse,
quién pudiera transformarlo en arte.
Porque en la vida el amor
siempre duele más
cuanto más les duele a ellos,
y es que nunca puedo ser
lo suficientemente grande.
Al fin y al cabo sigo siendo
la niña que siempre fui,
llorando por cosas que no entiendo.
Me duelen el pánico a crecer,
y las ganas de vivir.
La infancia es el reino
donde eres feliz y no lo sabes
donde nadie sufre,
donde nadie muere.
Y ahora aquí, con cincuenta kilos,
gritándole a mi madre que ella es fuerte
a mis colegas que luchen
a mi hermano que lo quiero.
Y me duele, saber todo lo que me perdí
sin saber que yo era millonaria
cogiendo flores con las uñas sucias
sentada en la tierra,
mirando al cielo.
Rayos de luz
entran ahora por mi ventana
y la piel de cicatrices
de escribir tantos poemas
y abrazar tantos cristales.
Que al final
todos somos huérfanos perdidos
buscándole el sentido a vivir
en esta jaula de animales.