El viejo tren llegó a su hora.
El viaje se ha acabado.
Mediodía.
Punto final, nubes que amenazan.
Edificios del pasado que guardan
los tesoros aún por descubrir.
Es la última emoción,
con los ojos ya muy cansados.
Simpáticas personas me acompañan a los aposentos,
que, aun fríos y grises,
habrían de salvarme de la demoledora lluvia
en aquella mala tarde.
Ahora, la euforia todavía sigue ahí,
por momentos,
hasta llegar a aquellas calles,
engrandecidas por los colores pastel...
Y al fin, la gran guinda!
Todo ese mar que se adivina
al otro lado de la baranda.
Barcos, familias, vestigios del Medievo...
Y la enorme grúa, bella y negra,
a juego con mi corazón en este tramo final.
Me diste la viola, el violín y la guitarra,
encarnados en jóvenes virtuosos
que acompañaron mi paseo solitario.
Y el piano.
Y a Chopin.
Pero mi mente ya no estaba allí sino aquí,
enferma de soledad, tiritando de frío.
Así que, en aquel viejo tren,
me fui contando los minutos
que quedaban hasta el aeropuerto,
en medio del tedio más aplastante...
No te lo mereces y lo sé,
de modo que volveré, quizá acompañado,
y con algo de suerte podré compartir
todas aquellas sensaciones
y devolver los regalos que me diste.