Hay veces que todo se queda a oscuras, y sólo me queda buscarte a tientas en esta habitación. Hace días que te busco antes de dormir y no me encuentro. Y entonces sólo queda imaginarte.
Tus ojos en la noche son como un relámpago que me ciega y luego deja al mundo en silencio, prendiendo hogueras en los míos de topacio y esmeralda.
Y en la pálida luz, mis labios besan tu nombre despacio, arañando cada letra, y me olvido del mío recorriendo tus dunas con mi lengua como si fueras un oasis.
Tus manos moldean lento el espectáculo de sombras que es mi cuerpo, como si fueras escultor y yo tu obra del renacimiento. Me esculpes bajando por mi ombligo, siguiendo las sombras sinuosas que reflejan las sábanas sobre mi piel. Me estremezco.
Bailo danzas del vientre desnuda, y todo es cálido en nuestro desierto. Mientras mis ojos de serpiente te intimidan, te hipnotizo para que hagas lo que pido. Y mientras yo me muevo, los tuyos se quedan en trance. Tus manos acarician en círculos, llegas a mi centro y yo pierdo la razón entre seísmos.
Mi cuerpo se convierte en ríos y lagos que se deshacen entre valles, abriendo grietas de violentos cataclismos, entre las que pueda colarse tu respiración hambrienta. Te llevo a tus límites, retándote a ir más allá.
Y al final, nos quedamos tendidos sobre el campo de batalla, como la paz después de los desastres naturales, llena de derribos.
Apago las hogueras, y me arropo con tu olor como si no te desvanecieras cada noche, como si pudieras quedarte conmigo.