Están detenidos en el tiempo
trasegando sueños
entre los barrotes de la soledad,
allá
donde los medios de comunicación
no llegan
y la violencia se convierte en asunto cotidiano.
Dicen que son vecinos,
compañeros de clase,
compañeros de trabajo.
Dicen que son padres,
amigos, hermanos, desconocidos.
Dicen que les sangraban las manos
y tenían morados en las piernas
por tantas patadas,
que gritaban de dolor y de esperanza
mientras los torturaban a altas horas de la noche.
Se buscan en las universidades,
en las empresas,
en el polvazal de los caminos rurales,
en lo fresco de las montañas,
en las lágrimas del mundo,
en la verdad, anatema perpetuo del odio,
en las butacas de la Asamblea Nacional,
en la mirada del obrero,
en la sangre del pueblo.
Deambulan por las calles,
sus discursos se escuchan
en cada esquina,
en los desayunos llenos de conversaciones,
en los silencios
porque son todo el mundo
y el amor reunido.
Se deslizan en las palabras
que se dicen los enamorados
porque ellos también aman.
están en la piel de los miserables
aunque no sean políticos
y esto los haga menos miserables,
están en el tendedero
del patio de la vecina que lava y plancha
para sobrevivir.
Se escuchan sus pasos
en las crepitaciones de las hojas
de los árboles,
van en caravana
son cientos y cientos.
Marchamos con ellos
porque sus voces se han convertido en la mía,
porque sus brazos se han convertido en los míos,
porque son el pueblo.