Siempre se conversa del primer amor.
De su intensidad y su fuego fatuo
De la inmadurez, la primera vez
De sentir mariposas o polillas
De la primera traición,
más elemental que la lealtad
De sentirse arrinconado
cuando, envenenados,
acaban por acabar
sin nunca haber empezado.
Pero yo prefiero el segundo amor.
Su sobriedad y cautela
La arrogancia de creer haber vivido
La modestia de encontrarse confundido
El conteo de los malos hábitos
Las risas y el grito de triunfo
al saber que, a pesar de estar rotos,
pudieron construir como albañiles
miles de instantes eternos
donde el mundo era de uno más uno.
Y aun así fracasa.