La paz inundaba el inmenso manto albino
que de níveos matices teñía las alturas,
la blanca sábana que besaba las llanuras
era de suave seda y de delicado lino.
Un fulgurante resplandor de brillo opalino
acariciaba el calor de las frías blancuras,
el silencio susurraba las arias más puras
de un etéreo canto no humano sino divino.
El silente valle dormía en sueños sutiles
inmaculadas horas de paz caídas del cielo,
ciegos sus ojos con el beso de un blanco velo.
El cerúleo éter vertía intensos añiles
que irisaban la blancura del extenso manto;
el silencio lo acunaba en su divino canto.