Paradero de estaciones
es mi cuerpo,
éxtasis que flota
en el viento de verano
como una hoja seca,
recodo que acaricia
las piedras con la
corriente de agua dulce
que lleva,
brasa que permanece
encendida en la madrugada.
Mi voz
es el quejido de mis
ancestros,
generaciones amontonadas
en el tiempo y el olvido,
sensaciones que llegan
a mí como un augurio
de cuerpos celestes,
ecos que rebotan en mi vida cotidiana.
Mis manos vienen
de otras manos
y de otras más
con una simpleza que pasma,
mis labios vienen
de los besos del pasado
de amores fugitivos
y llenos de nocturnidad,
mis pies abren camino
al futuro y al pasado
porque no soy más que
pasado haciendo futuro.
Mi pecho,
nido de saltapiñuelas
con ramas algodonadas,
es urea para el amor
de los momentos
que habitan el tiempo
y que desaparecen en el cosmos.
Mi mente,
pequeña aprendiz del todo,
es rama de un
árbol que tiene
raíces profundas,
imán que todo atrae
y repele,
suntuosa intención
de los acontecimientos.
Mi cuerpo es pequeño
como pequeña es la vida
y está dispuesto
a extinguirse
en un amanecer cualquiera.