Quise amarte una vez y yo temía
que al amarte de mí te separaras,
que sin pena ni gloria me dejaras
con un clásico adiós de cortesía.
Que a distintos amores te entregaras
en un gesto de infante rebeldía
y se quedara la ternura mía
cual lámpara sin luz que iluminara.
Esa vez ya pasó, la fe nacida
en tantas horas que vivimos juntos,
horas de pena y dicha compartidas,
le han dado a nuestras almas la certeza
de que estamos unidos por la vida
en un acto feliz... y en la tristeza.