Alberto Escobar

La Susona

Perder el suelo por
prender el cielo.

 

 

 

 

 

¡Por ahí viene la bella Susona niños!
¡Por ahí mancilla el nombre de Yavé
con ese prócer cristiano que le ha
robado el sentido!
Dicen los vientos que quiere sacar dineros
de sus encantos, que el orgullo se le ha
subido a la peineta de tanto piropo nefando.
Dicen que no quiere más quebrantos, que
nunca más el hambre ausente sus platos.
Dicen que se ha enamorado.
Que un angelote rubio con biblia en mano
le ha clavado tres venablos: uno por Santa
Águeda, otro por Santa Ana y otro por San
Fernando.
Dicen que en Sevilla se escuchan sables
y llantos, la católica reina trama del judio
un desahucio, corrían del descubrimiento
los años...
Que su padre el Susón, de larga mano,
confabula rebeliones de gran calado que
harto desdigan el religioso mandato.
Que temiendo por su amado, hasta sus
viles oídos hace llegar el secreto recado.
Que este, fiel a su estatus, raudo corrió
al asistente Merlo a participar lo contado.
Que acto seguido, como alma que lleva
el diablo, el Susón y sus congéneres por
revolucionarios son ejecutados
en procedimiento sumario.
Que arrepentida y mil veces maldecida
se revuelca entre sus tripas clemencia
implorando.
Que su amado, al verla de su infamia
pasto, aborrecerla dijo, repudio al canto.
Que se metió a monja después de
haberse bautizado, que antes de morir
dejó su testimonio y lección en su calle
colgado: su cráneo, dijo, pendido sobre
el rubro de la seña quedará mentado.
¡Que aprendan las hembras venideras
lo que arrebata un juvenil espasmo!, un
creerse hurí fuera del vallado.