Había que ser un hombre.
Había que ser como ese hombre. Había que serlo... ése que sigue amando a la misma mujer de siempre, su máximo recuerdo, el amor de su vida, de quien no se desprende ni con viento, mar y fuego.
Había que serlo... Había que ser como ese hombre, al que no le importó el cielo ni la luz ni el horizonte que se iguala a la distancia.
Había que ser fragancia para amar a aquella flor, y a pesar de la distancia a su nombre dio sabor. Y es que había que ser un hombre para amar con tanto amor.
Había que amar así, como nunca se había amado, tanto en el futuro como se hizo en el pasado. No era fácil para ella, pero tampoco para el hombre que tan sólo la miraba puesta fija en una estrella.
Sólo él pudo amar así, contra viento y marea, como casi nadie logra al estar de pie en la tierra. Que era joven, ciego y loco, eso dicen los de siempre que han amado como todos.
Había que amar así, como nunca se había amado, tanto en luna blanca como puesto el sol dorado. No era fácil para ella, pero tampoco para el hombre que en la vida se miraba ser camino de su huella.
Había que ser como ese hombre. Había que serlo... ése que sigue amando a la misma mujer de siempre, su máximo desvelo, el amor de su vida, de quien no se desprende ni con viento, mar y fuego.
Había que serlo... Había que ser como ese hombre, al que no le importó el cielo ni la luz ni el horizonte que se iguala a la distancia.
Había que ser fragancia para amar a aquella flor, y a pesar de la distancia a su nombre sabor dio. Y es que había que ser un hombre para amar como hice yo.