Ya se despierta la hierba
en el suelo semidormido,
el sol agita sus pinceles
desafiando la oscuridad,
aclarando la garganta
del viento,
que se calza sus
zapatos traslúcidos,
y corre en su danza frenética
alrededor de todo.
Muy suavemente,
el día afina sus violines,
sus tambores,
su voz de siempre y nunca se abre,
rueda sobre árboles y tejados,
invitando la luz a que le siga.
Los espacios vacíos
se van llenando de rostros,
a veces también de sonrisas,
siempre de sueños nuevos.
El oxígeno se agita
en su trabajo
de alimentar el mundo,
yendo desde el verde a los pulmones,
recreándose en el pico
de un pájaro,
que vocifera con icónica pericia
su felicidad.
La piel de las frutas
y los colores de las flores,
arden su encanto
acariciando el espacio.
Tu cuerpo y mi cuerpo,
resplandecen,
llenos de aromas tibios,
de caricias nocturnas,
que de tantas,
no caben en las manos,
y muchas ruedan
dispersas en la cama.
El día se nos ofrece
en una nueva sinfonía,
y aceptamos el reto
de su interpretación;
llevamos para el viaje,
el pecho apretado de besos,
y el amor infinito
que nos cabe en los ojos.
Eduardo A Bello Martínez
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