El olor a hierba buena me remitía a los brazos de mi abuelo en esos recuerdos me quedaba enganchada en los botones de sus camisas almidonadas, intentando no desgarrar mi corazón cuando el cuarto se volvía cementerio y sus brazos migajas en el pico de un cuervo que me miraba desde la ventana mientras el olor se desvanecía.
Mi abuelo y su regazo eran el lugar seguro que siendo adulta anhelaba alcanzar en los momentos de zozobra. Mirando un cielo ensombrecido por los ojos cerrados de mi estrella mas amada.
Era una mañana fría y la ausencia de sus latidos viajaba en silencio hasta el alba, se rompía el eco y estallaban vidrios que cortaban lágrimas y congelaban aún más la mañana. Me soltaba la mano y el vacío se comía las palabras que no dije y que ya no valían de nada.
No fue hasta que el tiempo me regaló la última palabra, la tuya, la que necesitaba. El cuervo ya no me acecha, la hierba buena es hoy nuestra aliada. Nos volveremos a ver, mientras tanto te regalo estas letras con alas.