A gritos, nos pedían un beso.
A sus espaldas, nos comimos el deseo.
Sobrio, aprecié tus labios.
Con mi mano, contemplé tu rostro;
mi pulgar, se perdió en tu pómulo,
los demás,
incrédulos,
discutieron entre ellos:
‘Un querube’, dijo el cordial.
‘Gaia’, corrigió el anular.
Porque al tocarte, inició mi vida.
Al probarte, escapé de mis pesadillas.
Observándote...,
sanaron mis heridas.