Caminaba el revoltoso riachuelo
entre agrestes y fieros roquedales,
como risueño y saltarín chicuelo
entre rústicos y zafios zagales.
En su espejo contempló la amapola
de carmín llena su cara hermosa,
el rubor se le subió como una ola
al verse tan bella como una rosa.
La encendida aurora brilló en el cielo
con los fulgores de vivos corales,
fue revelando de la noche el velo
y libando el rocío en los rosales.
El río se ocultó tras una aureola
de azules cristales, sutil y acuosa,
en pos de sí se llevó la batahola
de una lluvia etérea y silenciosa.