Los bombardeos habían cesado.
El silencio, el humo denso inundaba el lugar y el penetrante olor a pólvora, fueron mudos testigos de aquella terrible devastación.
Los sobrevivientes fueron saliendo de sus escondites poco a poco. Luis arrastraba los pies sucios, descalzos, había llegado a lo que fuera su hogar. Sólo quedaban escombros. Recordó la fresca sala que olía a jazmines del jardín lateral. Su mente sólo quería encontrarlo, era lo único que tendría de ella.
Comenzó a levantar piedra tras piedra, fragmentos de cristal, madera, papeles; todo era un caos.
Sin importar dilacerar sus manos seguía escarbando. De pronto dio con él, su corazón se mantuvo en vilo. Logró sacarlo con todo el cuidado con que se toca el cristal más fino. Se encontraba tan maltratado, aunque todavía conservaba su cubierta roja y rasgos de letras doradas.
Lo acercó a su pecho como si realizara un acto de adoración. Una hoja amarillenta cayó al montón de desechos, al sentir el impacto de aquel llanto desgarrador.