Solia bastar un roce de sus manos para que las hojas del árbol desnudaran sus ramas en pleno verano, dejando caer también las bocas de los que buscaban morder la manzana.
La oscuridad de la madrugada se hacía cómplice de las lenguas que bailaban una danza en nuestros vientres buscando más extension por recorrer, manos que se deslizaban intentando no perderse la sangre inundando su extremo más viril.
Entre jadeos y gemidos nos enredabamos como dos gatos sobre el tejado haciendo malabares en la cama y dejando en evidencia el terreno recorrido a tientas pero con sentido.
Te abrazaba entre mis piernas, me montaba en el momento de compenetración íntimamente alcanzado y la madrugada, tu y yo fluíamos juntos hasta quedar extasiados saboreando los rayos de luz de la mañana.