En el primer encuentro
de los incrédulos ojos,
quedó preservada
la memoria intacta,
la primera impresión
de los rostros mudos,
infinitos de asombro,
completos de ternura.
Con el primer abrazo
se rompió el silencio;
en el inexistente
espacio entre los pechos
habían tres paises,
ríos,
cordilleras,
cielos azules
y muchos valles verdes.
En el primer sabor
que acariciaron las lenguas,
nos hundimos hacia el centro,
donde dos músculos
tronantes,
en sístoles y diástoles,
dividen la vida
que nos unió las bocas.
Luego llovimos,
alzándonos
dos mitades de la verdad,
en sexo y alma
aferrados a nosotros,
descubriéndonos,
describiéndonos,
sembrandónos.
Nació un lenguaje
de miradas y cabellos
revueltos,
un ritmo de olas
que lo envolvía todo,
y nos dejamos llevar
en su música,
nada mejor que un mar
de vuelos blancos
para encontrarnos.
Eduardo A Bello Martínez
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