Acerquémonos, pues, querida,
en medio del camino,
soñando nuevos y viejos sueños,
que todavía ellos –los sueños–
no tienen edad ...
Seamos niños en un jardín de rosas
porque quiero quedarme contigo en la tierra
y dar gloria a las otras flores
más pequeñas que tú, querida
y menos bellas.
¡Gloria a ti, Rosa!
Quiero sentir tu perfume,
acariciar tus ramas
y poco a poco llenar
de besos tus hermosos pétalos,
tus ojos, tu pelo,
tu cuerpo,
mi refugio...
Tú y yo,
un jardín de sueños
donde me alimento alimento alimento
con tu aroma de sol y de luna
en el rocío de la mañana...
Y contigo son dulces mis días y mis noches,
dulce mi vida.
¿Sueño?
¿Y por qué, Dios mío, este sueño,
como muchos otros
y para mi mayor gloria,
no puede convertirse en realidad?