Mi padre amaba ahondar en el pasado.
Cuando de un estrato profundo
cerca del suelo estéril
afloraba una flecha de silex
o un raspador de obsidiana,
casi lloraba de emoción. Yo me daba cuenta
de cómo él hablaba con nuestro antepasado
que había sacado el utensilio de un bloque de piedra
golpeándolo con otra piedra y alisándolo
con un esmero infinito.
Amaba ahondar en el pasado.
Excavar en el pasado.
No solo en los estratos de tierra
sino también en los archivos. Seguía
las huellas apenas visibles,
los débiles rastros cubiertos
del polvo de los siglos.
Era fiel a la especie humana,
a su especie. Al homo sapiens.
Pero también a los más viejos progenitores y parientes,
al homo neanderthaliensis, nuestro primo, decía,
que se había metído y extraviado
en un callejón sin salida de la historia, uno de muchos.
Valoraba el trabajo humano. Rescataba
del olvido todo lo que
corría peligro de hundirse
y que él tenía el poder de salvar.
Era un cristiano sin dios, sin
el culto y el aparato de un dios,
porque no apreciaba los aparatos y porque,
en el fondo,
en su naturaleza más honda,
la que salía a flote en todo su momento importante,
en todo cambio de su destino,
había el gesto del anarquista, del libertario. El amor
anula las culpas. Su amor
anulaba las culpas de la crueldad del hombre
que, como construye, sabe también destruir.
Su amor luchaba contra el tiempo,
el tiempo que construye y que destruye.
***
Aquí querría verte, ahora,
solo por un momento, como un espectro
detrás de tu escritorio,
entre los libros alineados
en los estantes de tu laboriosa biblioteca,
cuarenta años después de tu muerte, ahora que
de tu cuerpo que hicimos emparedar en un nicho
debe haber quedado solo el esqueleto
y tu calavera ya debe ser como la del hombre que un día
afloró de la tierra cuando descubriste la tumba
de un pastor de ovejas de la edad del bronce,
un pastor muerto durante la transhumancia, bajando
de los Apeninos al mar, aquí querría verte,
como él
apenas un espectro, apenas una aparición
aflorada por un momento en este presente
que es mío y ya no es tuyo,
para hablar de nuevo contigo, reanudar
el discurso interrumpido
cuando empezaste a hundirte en los estratos trastornados
de tu mente, en la estratigrafía enloquecida de tu memoria,
en ese desorden, en esa barahúnda de datos
ya sin puntos de referencia
valederos para los dos,
harapos y fragmentos a lo loco,
reanudar por un momento nuestro diálogo a partir del punto
en que lo dejamos suspendido
esa última vez, estábamos ahí parados,
uno frente al otro, en tu estudio ya inservible
como un vestido dejado o unos zapatos gastados,
y dijiste, recuperando
por un breve momento tu voz,
tu voz antigua y solo tuya:
\"No creas que no me dé cuenta
de que me estoy hundiendo en la nada\".