Tengo ante mí vista el cuadro de un amigo
que hace años he perdido.
Lo veo todos los días,
lo veo a todas horas,
porque está exactamente ante mi vista,
pero finalmente no veo el cuadro,
ni veo al amigo,
cruel realidad que nos engaña sin desearlo,
porque la rutina de los días,
y del cuadro
nos traiciona el pensamiento,
nos borra los ocultos sentimientos,
nos llena de olvidos.
No obstante, y por ventura,
esas desventuras de la rutina
no cambian las venturas de los destinos.
Tengo ante mí, como cada día,
el cuadro de un amigo que nunca veo
(no veo el cuadro, no olvido al amigo)
¿Para qué lo tengo entonces?
No lo sé, no me lo cuestiono, no lo sabré.
Simplemente no me interesa saberlo:
un amigo no es un cuadro,
un cuadro no sustituye al amigo,
como no lo sustituye una foto,
como no lo sustituye otro amigo.
El amigo está en el corazón.
Para el cuadro queda el olvido.
Frank Calle (17/abril/2019)