Se oyó la noticia de un Rey nacido en Belén,
que turbó a Jerusalén, la sociedad,
siempre hambrienta, dominante del status quo
que esperaba al mesías redentor
anunciado entre siglos distantes,
por voces diferentes que unieron sus sonidos
con el vocablo profético del Señor,
donde un enviado daría libertad a los cautivos
y la gloría del poder y el establishment
volvería a sus cortas vidas,
a sus copas y mesas, a su egoísmo,
llenos de la avidez de un avaro sin manos.
Llegó y un pesebre fue la cuna que estrenó,
su colchón: el forraje, como profetizando
que él también sería comido por las bestias,
entre el tufo de animales, mugidos y balidos
se mezcló su primer llanto bajo el frío distante
de la gloria imperial de la canalla Roma.
Su primer domicilio: un establo;
hijo de un carpintero desconocido
fueron los datos de su empadronamiento;
y su gloria, subliminal y eterna
iluminó desde la hora primigenia
a la creación en curso,
la encarnación de un verbo indescifrable
sólo posible de entender con la locura del que cree,
de los simples del alma que comprenden
que sin él nada de lo que ha sido es.
El cosmos emitió sus señales
moviendo las estrellas,
trayendo el pregón de hombres lejanos
que siguieron el eco de las voces celestes.
Llegaron a adorarle, sin dudas ni preguntas,
con la fe del ciego en el lazarillo;
y ahí, frente a ellos un niño,
abría sus brazos para cambiar al mundo,
para cambiar los tiempos y las fechas,
las costumbres de los hombres
en su afán de opresión y egoísmo,
enseñando que el que sirve a los demás
es el mayor en su Reino.
¿Cuál Reino se preguntan los hombres?
¿El de un conquistador sin espadas,
que no tuvo más riqueza que su vida?
Emitiendo la burla y el desprecio
porque aún esperan a un Mesías
con cañones y misiles
con el poder de humillar pueblos y vidas,
ese sí que es un verdadero Rey.
El Rey del cual les hablo,
creció con la libertad del que tiene
nada más que su vida para ofrendarla al cielo,
abandonó su gloria por amor a los hombres,
su vida fue su ofrenda,
la cual entre gritos de odios y muerte
entregó, después de ser vendido,
en él estaba la vida y lo crucificaron.
El Romano Imperialista, el judío traidor,
el odio de los Rabinos, sacerdotes del crimen,
de la mentira sangrienta y la envidia fiera
que hace infeliz a los hombres que no conciben
que su Reino no es de este mundo,
ellos estaban presentes en el acto sangriento
de torturar a un hombre hasta matarlo,
estaban los Centuriones y soldados,
la muchedumbre que no sabía lo que hacía.
Yo también estuve ahí con mis cadenas,
con mis mentiras, con todas mis miserias,
porque él murió en mi lugar.