Muere la flor
marchita entre mi tacto.
Funesta
y convertida en gas
se disuelve entre las heridas.
Heridas grabadas sobre el recuerdo,
transformadas en perfume
con esencia antañona.
Esencia de un ayer,
que solo se queda en eso
En memoria,
en imagen,
en pasado.
Ahora le escribo para decirle
como quién alguna vez esbozó en el silencio un hola
la sosegada y aplastante emoción de un adiós,
con el fin de enterrarla en la fertilidad de la experiencia
en esa tierra sana
donde tal vez broten nuevas indulgencias,
esperanzas o virtudes.