Recuerdo la belleza natural de tus caderas,
encriptadas en el mármol óseo de tu estructura,
fatigante de mis esfuerzos únicos,
resultantes de sumatorias perdidas en los ojos
cuando te veían pasar con el arcoíris intacto,
demarcando integrales en el andén del tiempo.
El sol, que madura frutos en el verano,
fue moldeando las partes incipientes
de tu fisiología florecida en acecho,
en la umbría de tu cuerpo saltaban los eclipses
de las tardes tempranas,
donde sueños siameses compartían dormidos
gráficos en tus corvas, orugas del deseo,
de los años por llegar tras la ventana,
en ecuaciones de incógnitas prohibidas
y miradas desnudas al espejo.
Tu belleza temprana, crisálida de emociones,
imagen de un suspiro cortado por el viento,
sortilegio ambulante de tus pasos,
era el punto de apoyo de mi mirada estática,
replegada en las áreas sensibles al encuentro
de dos fuerzas iguales que aumentaban
las ganas de ampararse en las palabras
que se mecían en la cuna de las palpitaciones,
haciendo eco en tu vientre.
El movimiento orogénico escultor de tus senos
fijó la forma estricta de los amaneceres,
que sazonó por asalto tus días cristalinos
haciendo tu cuerpo imago, incitador al desvelo,
cuando la presión hidrostática en mis venas
tenían el coeficiente exacto para llenar tus sueños,
pero una tarde te fuiste dejando huellas
repartidas en coordenadas ciegas,
que no tuvieron el valor de despedirse.
Ayer, pasado algunos años bisiestos y comunes
vi pasar tu silueta cubierta entre arreboles
que entregaban la guardia de la tarde
dando paso a la noche que encubre los detalles
de las equivocaciones y las huellas heridas;
no se si fue nostalgia
o la sensación que dejan las ansias suspendidas
en la cuerda del tiempo que no invita al regreso,
pero me quedé inmóvil,
yerto en el vacío de un túnel despiadado,
sin mirada ni asombro,
mientras la marcha de tus pasos
anunciaban las seis campanadas de estar vivos.
Distinguí el compás de tu cuerpo
marchando silencioso sin la altivez del trueno,
y los paréntesis que formaban tus caderas
anularon su orgullo
y sentí los años crepitar en el alma
con la furia de un tren que no va a ningún lado,
disimulé un segundo para reír con lágrimas
atravesando imaginarias callejuelas,
tomé de la mano al niño que aún queda de mi
y lo invité a quedarse dormido en mi regazo.