De los álamos las jubilosas copas liban
de oro la postrera irradiación de la tarde,
flameadas nubes decoran el cerúleo cielo
inflamando el ocaso con su ígneo celaje.
La tétrica y alargada sombra de la noche
sus brazos extiende por el apacible valle,
de la fronda apagando la mirada coqueta
en los bruñidos cristales.
Con la lúgubre túnica de la noche oscura
ha irrumpido el silencio en el frondoso follaje
y solamente se oyen en la lejana espesura
tristes y apagados ayes.
El aura ha roto sus alas y sus dulces sueños
ya no mecen las dóciles ramas de los árboles,
a través del oscuro silencio de la noche
sólo oigo amargas quejas que se las lleva el aire.