Carlos Alcaraz

Historia de unas noches en vela

 

No me quedó más

que inventarte sin querer.

 

 

Diecisiete de mayo

 

Habría que empezar por cambiar esta situación.

Aún ni siquiera entiendo tu sonrisa,

y tú no has encontrado la mía

(que yace entre las pupilas

del ayer casi sublime

en que nos encontramos).

Ya me inventé otra historia.

Sugiero que no la leas.

Te engañarías y esta vez, no habla sobre ti.

Esto es más bien un La menor amplificado,

con las cuerdas de metal y la pastilla rítmica descompuesta.

Qué barbaridad.

Nunca pensé que pudieras.

En fin. Despacio…

Vamos intentándolo de nuevo.

Porque tú y yo lo sabemos.

No es de niños llorar,

es de personas.

De todas.

Y ni siquiera entiendo tu sonrisa.

Casi me convences esta vez.

Esta vez, casi cedo ante tu llanto…

…despacio.

 

Veintiocho de mayo

 

Escribí esta carta por si encontraba

alguna clase de espectro entre sus letras.

Quiero que entiendas lo impenetrable

que resulta tu mirada amaneciendo.

Ayer me arrastraba por tu cabello,

hoy, te quiero (espectro de mi luz,

subdividida en mil colores).

El susurro es transparente, y huele a ti.

El silencio es cada vez más ocurrente.

Tu figura en el espejo del espejo que llevo dentro

y que mis ojos nunca ven.

Ayer comprendía tu ambición, hoy la comparto,

y la desprecio, y la amo, como te amo a ti

- en mis sueños en los que te amo –.

Te digo que esto es absurdo,

y ojalá me respondieras.

Pero sigues ahí, despierta,

entre las líneas de esta carta

en la que no te encontraré.

 

Primero  de junio

 

Es notable la manera en que me miras

y rescatable la manera en que me besas.

Es casi pertinente la manera en que me abrazas

y me dices adiós como quien dice quédate.

Ya me pasé de ritmo, y confundí

el contratiempo y el sincopado.

Es normal – no, no lo es. –

Esta ternura de roca me hace mal.

Soy un cobarde – valiente – ,

poco prudente.

Me tocaste el corazón cuando no había necesidad.

Cómo decirlo. ¿Delirante?

Si me cepillo el rostro es porque

tengo que cambiarlo por tu espejo de caricias.

¿Hasta cuándo?

Ya lo colgué en la pared.

Ya lo colgué. Y a ti con ella.

Son las cicatrices de las veces que

perdí el control. Y me voy.

Esta vez sí me voy.

 

Diecinueve de junio

 

Desde el amanecer y hasta tus manos

has sabido detener esas miradas

de asesino intempestivo

y de quererte sólo a ti.

He sido fuego dos o tres veces por semana

y tú has sabido detener esas miradas.

Tal vez te confundo y te provoco huir.

Tal vez huyes como yo,

con las ganas de quedarte.

Y tampoco tú pareces huir.

Yo te dejo el beneficio de la duda,

te compro una respuesta inoportuna,

descarada, indiscreta,

y si es posible inventada.

Cuando menos no muy cierta.

Me plantas y en seguida me cosechas,

no te importa que sea pronto,

no te atreves a tardarte.

Me regaste irreverente y sin tacto,

y ahora que me pones

al fuego hasta los 100 grados,

convendría que lo supieras:

hervir ya no es suficiente.

Porque tú has sabido detener esas miradas.

A veces también me pregunto

Si debiera recibir esas monedas

que dejaste en mi sombrero de propinas.

Ese. El de los viernes.

Casi creo que hasta podría

comprarte un alma menos gris.

O venderlas al orgullo.

Tú me entiendes.

Me entendiste al despertar. Ya sabes,

Cuando supiste (y no lo olvido)

detener esas miradas.

 

Veinte de junio

Que alterado me puse el día de ayer.

Era de noche y yo seguía sin despertar.

Como lo dije, esto es más rojo cada vez.

Más rojo.

Y es que el color no importa cuando tiendes a exhibirte.

A calcinarte.

Te tiendes

sobre un ocaso lleno de nubes

(corrompido de nubes)

y de cuervos de metal.

Así es más fácil.

Tienden a fundirse,

y la temperatura (del ocaso en que te fundiste,

al que iluminaste) es suficiente.

Y no es como que pudiera entrometerme.

Hay cosas que sí existen a pesar de mi.

Odio saberlo. Odio hacerlas existir

sabiendo que no soy yo.

Y lo sigo haciendo.

Los cuervos, no.

Ya no.

 

Veintisiete de junio

 

Adquiéreme de nuevo y luego piérdete unos días.

Nunca he sido tuyo y sin embargo

van tres veces que me pierdes.

Y me lo dijiste. Para qué. Qué hiciste (te dijiste).

Ganó el sentimiento, desde luego (eso supongo).

Lo más raro es este espectro en el pecho.

Agua tibia, olor a tomillo,

me concentro y olvido.

Me concentro en el momento

de prepararte a ti. Me preparé.

Tú no llegaste, no llegaste.

No. Llegaste. No te reconocí al llegar.

Te fuiste y yo, te dejé partir.

Estoy consciente de la contradicción

que esta condena/júbilo de ser libre significa.

Soy más un títere de mis impulsos

y tú, otra vez, no existes.

Uno se cansa de intentarlo.

Y resultó que:

ámame, me dijeron; ámame, te dijeron.

Y siempre la misma repuesta: no.

Estamos (y estaremos)

condenados/jubilosos

(desde el beso hasta el pecho).

 

Veintiocho de junio

No tenía idea.

En verdad no tenía idea

de lo que había surgido de extraviarte

de esa forma tan poco convencional.

Desde mi abismo.

Tan pequeño que es mi abismo

y tan grande que es tu método.

Simplemente no me cuadra.

Y me quito el sombrero

y me subo de tono,

y regreso a tus manos (extraviadas, por cierto),

y no te beso. (¿Por qué lo haría?)

Tú encendiste el cigarrillo y me cambiaste por nada

en un instante de sabiduría de tu parte.

Qué elegante.

Vístete y después hablamos.

Estás muy desnuda de mentiras

- y de asombros – ,

y eso sí que es contagioso.

¿Te lo digo al oído?

 - Eres instantes –

y nada.

 

Dos de julio

 

Yo creo que tengo bastantes cosas por sentir.

Este frío en la espalda y el dolor de amor

que no pertenece a nadie. El suelo.

Estar sentado y la mirada fija, contemplando.

Simplemente (contemplando).

Con la frente en alto,

admirar mis pérdidas, mis párpados, y el amor.

El romance que no tengo, que me duele.

Por lo menos entre mis manos no veo nada,

la caja, aún cerrada. Contemplando.

Son dos, o tres, o cinco las horas

sobre las que camino.

Me enfatizan a tildazos.

Tu. Tú. Que. Qué. Como. Cómo. Yo. Yó.

Y ella.

Se hace tarde. Aún más tarde.

Aún más lejos. Y el deseo.

No me intercambies este dolor de nuevo.

Que ya no me queda más que aventurarme

entre estas horas que suceden.

Hoy no.

Hoy no voy a leerte.

 

Seis de julio

 

Vaya que la vida es subjetiva.

Y a veces dicen que el amor es incondicional.

Sabes que yo suelo confiar en ese libro de Sabines,

el que compré en Guanajuato,

el de las emociones prestadas

(o en la comedia/tragedia de mi vida poética,

robadas – a mano armada -)

Qué cosas. ¿Uno más?

Decían que era necesario mantenerse a la deriva,

montarse a la aurora y despertar.

Pero yo, me desesperé.

No pude resistirlo

(y no por eso infieras que volví a inventarte).

Simplemente amanecí más despierto que de costumbre

(y más dormido que de improviso)

Y me agarré a besos con la almohada.

Después de todo, dormimos juntos,

y ella me abrazó toda la noche.

De hecho, creo que es muy claro.

Debe quererme (y nunca va a aceptarlo,

aunque pasemos tantas noches juntos)

Amén, hermano cuarto. Amén

Ella era instantes,

tú eres mi rehén,

tú existes, y me tienes,  y te tengo

y la tendré.

Amén.

 

Carlos Alcaraz

18/05;14,22,27,29/06;3/07/10