Nunca alzamos la voz, nunca hubo confrontación alguna, tampoco acuerdo. No era cuestión de ceder, sino de querer. Cada una volaba su vuelo, ninguna más alto, no era comparable, las dimensiones eran distintas. Nos queríamos.
Como el día y la noche, donde yo veía triunfo ella derrota. Lo que para ella era una imitación, a mí, me hacía más libre, y al revés. Juntas: dinamita. Nos queríamos.
Me hundía a veces, al pensar, que vivías en el error y te perdías algo que yo tenía, tú pensabas lo mismo. Pero las barreras de la razón caen, cuando es grande el corazón. Y así fue. En lugar de hundirme, volaba, siendo tan distintas, nos queríamos.
Me preguntas: ¿con qué fin? Ninguno. Ni ella ni yo buscábamos convencer, tampoco compañía, ambas, teníamos la vida resuelta. Olvidas una premisa importante: para tener amistad sincera es necesario primero, quererse a uno mismo, si no, no sería más que un reclamo de cariño, cuanto menos, pasar el rato. Aceptar nuestra existencia con toda su amplitud. La amistad no entiende de complejos, ella tampoco. Es un querer dar, más aún, un querer darse desinteresado.
Desde ella, no necesito amigos, no los tengo, ellos me tienen a mí.
Siento envidia, me dices ahora. En vano, ese amargo desahogo, aun en grito, cuando no hay cariño en el que escucha. Quien hubiera dicho, me dices, que la enseñanza estaba en el olvido, para aprender a querer: olvidarme de mí.
No fue espontáneo. Perdimos el miedo al rechazo, estábamos por encima de buscar agradarnos, de buscar quedar bien. Contigo podía ser auténtica, era libre. Quien sabe querer, sabe exigir, y a quien se sabe querido, se le puede exigir todo. Y así, nos queríamos y crecíamos.
El querernos nos hizo tan libres, que aunque yo se lo decía todo, ella acogía solo lo que quería, y menos mal, ante todo, la quería así, libre. Y seguíamos siendo tan distintas, pero nos queríamos.
Y me sigues preguntando, entonces, amistad ¿para qué? Para nada, no hay motivos, y la vez sobran. Para querer, y ya.
Si el roce hace el cariño, la amistad no se elige deliberadamente, es quizá fruto de la inercia. Pero amistad, sincera como la nuestra, se elige, y tanto. Yo la elijo cada día, y nos queremos.