En la mirada de sus ojos cansados, brilla la esperanza.
En su frente se extienden los surcos de la experiencia.
En sus labios una plegaria constante al Altísimo. Solo él le dará la fuerza necesaria.
En su pecho el dolor que produce la soledad, la nostalgia, la tristeza, la distancia de lo querido. Aires de un país extranjero, que le abrió sus puertas, juegan con su pelo oscuro y acarician su rostro.
Mira sus manos. Esas manos que le han permitido trabajar, acariciar, amar, orar, tener contacto con el mundo que lo rodea. Sus callos le hablan de fuerza, de constancia, de ganas de trabajar, de construir.
Sus piernas firmes lo sostienen ante el porvenir.
Sus pies que han caminado tanto por el mundo, que han cruzado montañas, selvas, desiertos, llanuras no se rinden. Dispuestos están a seguir y llevarlo hasta ese futuro incierto. Se repite una y mil veces, pues así lo siente: “lo mejor está por venir”.
Es el momento de la reflexión, del silencio, del llanto, del sin sentido, manteniendo siempre en alto la confianza, la ilusión y el optimismo, pase lo que pase. Se enjuga una lágrima y sigue adelante.