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**~Las Rejas del Sol - Novela Corta - Parte IV - Final~**

Entonces recordó, que no siempre se debe de aprender sino te interesa lo que tienes que aprender. Pero, en la obligación se aprende a pulso, gota a gota. Y hasta en el sexo se aprende de todo. Por eso lo decía. Porque sólo aprendió que la vida duele, mata, e hiere en el alma, destrozando la calma y la paz, el “shalom”. Sólo quedaba cuatro días, para ventilar el juicio. Su juicio. Le tomó por sorpresa ver de nuevo el espejo aquel, donde se veía más vieja y arrugada. Y con la cadena perpetua guindada de aquellas rejas del sol. Y no quiso ver el sol, en la cancha.

 

Y prosiguió la conversación con su amiga. Después del suceso con la copa en mano, todavía, tomó su teléfono, y llamó a las autoridades y se entregó en cuerpo y alma, como toda valiente y cumpliendo con el deber humano entre la humana verdad. Hizo declaraciones y tomaron evidencias. No hubo llanto en aquel ocaso de aquel jueves. Sólo el sol que parecía colarse entre aquellas ventanas, fue testigo real y contundente de lo sucedido. Y se la llevaron a prisión, donde hoy permanece, con tanta fuerza que no le duele más que el alma devastada y aprisionada. Y ésa soy yo, la muchacha de ojos claros. Cuando el hombre que no me gustaba, ése hombre, el cual bendigo, hoy día, me dió la oportunidad en vivir, en realizar mi cruel venganza, en hacer de ese pasado un presente. Concretó la cita, con mis servicios con ese mal nacido, e hizo que mi alma escogiera entre olvidar o matar mi propia libertad. Entre el ocaso y la noche. Hizo que mi juventud, volviera al lugar donde había pasado mucho tiempo desde aquel momento. Y renació mi corazón, y mi alma tuvo luz, como la del sendero o como el lucero. Sólo dejó que yo existiera, y que mi alma tuviera un lugar donde morar y habitar, y era éste cuerpo frío, y sin sentido. Que trabajaba a cuestas del sexo, sin sentido, sin compasión, sin amor. Nunca tuve la oportunidad de enamorarme, nada más de aquel chico de la vecindad. Y que no fue nada. Arrancó en pedazos mi alma, tan inocente, cálida, pura y buena, tenía luz, y yo la presentí, hasta que un día, una noche tan fría, desolada, e irrumpió en derredor y tristeza en mi cuerpo violado y extremadamente doloroso y todo por ése salvaje. Sólo faltan tres días para un juicio, donde yo soy la sospechosa, pero, qué sospechosa, si fui yo. -“Y yo lo hice, sí”-. No me arrepiento ni ante Dios, ni ante nadie. Ése mal nacido, tenía que pagar por lo que hizo. -“Yá me voy a dormir”-, le dijo a su amiga carcelaria. Sin antes leer, el libro que le encantó, y decía así…

 

          “...si los cuerpos sienten y tienen el poder de abrazar y dar caricias, aunque seas manco, cojo, o tuerto, sólo siente lo que siente el corazón, vé por él, aunque te digan que estás perdiendo el tiempo, si miras por el corazón, sabrás que los ojos, son sólo ojos, y que el corazón es el corazón y presiente y vé más allá de toda razón…”,

               

Entonces se durmió. Se levantó al amanecer. Esta vez ayunó. Y se despertó como a las 10:00 de la mañana. No tenía hambre, ni el hambre de Dios, que no se debe de tentar a conciencia, cuando Él, se refería a la justicia. Pero, ella se preguntó, ¿qué justicia?. Si yo la tomé en mis propias manos. Y se acordó del pasaje del libro, y ella se dijo que, “...ni aunque fuera manca…”, “abraza y siente lo que el cuerpo siente”. Y ella con sus propias manos, llenas de pudor y venganza, socavó en la mente una cruel e inminente vindicta. Fue medio día, y almorzó. Luego al taller de costura, el que no le agradaba. Y luego a su celda. En las rejas de sol, de barrotes de hierro, y sobre aquella almohada, donde tenía los sueños sin cumplir. Desnudó su alma entre aquellas rejas del sol. De un sol que no podía ver ni sentir. Pero, el corazón latió, y se dijo como en el pasaje del libro “vé y siente por el corazón”. Y lo vió, al sol, tan desnudo, con una fuente de energía que penetraba entre aquellas rejas del sol, contra todo lo inmundo, y lo cálido. Y desató ira, un alma que gritaba pena y dolor, pero, ¿qué pena y dolor?. Si, ella estaba feliz, y radiante, llena de alegría exquisita. Como nunca antes. Y gritó fuertemente, -“ésta alma quiere ser libre”-. Y no dejó excusas, para soslayar en el tiempo. Y fue como una MataHari. Sí. Y siguió el leyendo el libro, ese libro que dió poder como a ninguna otra mujer, aunque lo leyera. Y sí. Quiso ser una Miss, de una prisión, con clase, porte y educación, y no ser como las demás. Y lloré una lágrima cuando estaba en soledad, aunque no lo creas en la prisión estamos todas juntas con un mismo fin, salir en libertad o quedarse para siempre. Sólo faltaba tres días para enjuiciar esta verdad. Sólo quiso ser exactamente ella. Y no aquella inocente muchacha de ojos claros que le mancillaron su vida a sabiendas de su alma pura. Se encadenó a las garras del dolor, esa alma que antes sólo quería volar y conocer a la libertad. Cuando sólo sintió el desprecio, sí, el desamor, y la incomprensión de algunos cuantos. Y el periódico, no sabía qué dolor tenía su alma al ventilar y vociferar su vida, y otra vez pensó en aquel ángel, que le envió Dios cuando más lo necesitaba. Cuando hizo lo que debió de hacer, todo un caballero, con una mujer dolida y con su alma herida, desnuda y sin luz, ni con sensación de volar hacia a lo lejos. Y leyó ese libro, otra vez, que decía así…

 

                 “...y si el alma no quiere abrir alas, es porque no quiere sentir el viento, y, ¿qué es el viento?, entonces, sino sabes qué es el sentido, pues, no tiene sentido saberlo, el viento es todo, para echar a volar hacia la existencia, hacia el mundo o precisamente hacia el universo oscuro, donde existe la posibilidad de ver luz a través de los ojos llenos de luz…”,

 

Y se explicó el corto pasaje del libro. Que tan sólo ella podía hacer sentir a su alma llena de luz, con tan sólo penetrar en el fondo de la oscura soledad. Y ver y observar a su propia luz. Era demasiado el sentido que poseía, en ese mismo instante. Y quiso ver por el corazón, y sentir a su alma con luz. Cuando sólo vió aquellas rejas del sol, y todo se apagó en ella. Como aquel ocaso frío de aquel jueves en la tarde. Cuando sólo se deslizaron aquellas sombras desiertas de la triste soledad, que aún apagaba el desdén frío dentro de aquellas rejas del sol. Era como atrapar el sol. Encarcelar el sol, pero, -“si el sol es libre como toda luz”-, ella se decía en su mente. No se puede encerrar algo que es tan inmenso, tan universal, y que es de Dios, tan sagrado. Pero, ella fue una prostituta, el tiempo había pasado, caducado en su lógica de existir entre aquellos viejos cabaret. Donde ella, como toda mujer, vendía su cuerpo, y más su alma sin poder ver el cielo o la luz que poseía. Y se dijo, no, no, no soy ésa, que todos creen en los diarios. Ahora, estaba dispuesta para hablar, para reaccionar de tal manera y porque sólo faltaba tres días para entregar toda su verdad ante un juez y jurado. Quería ser ella y no aquella inocente muchacha de ojos claros, la que una noche salió de laborar en la cafetería, pero, su destino irrumpió en dolor que calló y para siempre. Quería ser la prostituta, la asesina, de aquél hombre. La culpable sin condonación, sin perdón, sin percepción, sólo con una condena entre sus hombros. Y entre tanto un desprecio humano, un desamor de gente, y un delirio consecuente que vendría después. -“Me convertí, en leona, cuando defiende su cria, en una musa o inspiración para otros casos, donde el amor lo era todo, y más si su alma, era real, y verdadera, y como el principio de todo y no de un final, sin ser extremadamente más real que la verdad de sus propios labios. Nadie se atreve en enfrentar a su agresor o tan sólo denunciar a las autoridades correspondientes, y todo por miedo y temor. Yo no, que yo estaba dispuesta a todo, a buscar, y a perseguir, hasta dar con su panadero, y hacer correr el riesgo de la vil muerte. Estaba tan dolida, tan hiriente, que hoy yá he sanado mis heridas y todo por el vil asesinato de ése hombre que me violó una noche. Y tomé el talión, o como quieras llamar que en mis propias manos e hice justicia, una justicia que me dió el rico sabor en una sed que poco a poco se iba alejando de mi boca, cuando culminé mi venganza”-. Se decía ella. Y del libro que leía, que decía así…

 

         “...cuando te marchas lejos de tu hogar o de tu casa, ¿verdad?, que extrañas todo, como la felicidad de tu propio mundo, pues, es así el amor cuando se marcha y no hay vuelta atrás, en volver a amar, el amor es la figura central del corazón, si se hiere o duele, es porque heriste a tu corazón, no al amor sino a tu corazón…”,

 

Ella, la muchacha de ojos claros. La que vengó vilmente a su propia dignidad e integridad como dama, y mujer. Tuvo que comparecer ante un juicio que se ventilaba, aproximadamente en tres días. Estaba tranquila, quieta, sin dolor alguno ni pesadumbre a cuestas en su espalda o en sus hombros. Y se dijo, ella, la muchacha de ojos claros, que “sí, yo lo hice”, y nunca dejó de decir la verdad. Una verdad que le gustaba, que le llenaba de satisfacción el corazón y de felicidad. Ella, nunca sintió el amor, pero, tampoco el odio, se llevó de la cafetería los mejores momentos de su vida. y a lo largo de su existencia también se llevó el dulce sabor del amor entre el sexo y fue el amor a su profesión, que le dejó en ser rica, muy rica. Pero, de qué valió su riqueza, sino no le daba para pagar una fianza tan alta y hasta estar presa en una prisión, donde no podía hacer gastos y comprar. Y sí, sintió amor, pero, por el dinero que le dejaba su profesión por ser una prostituta. Y amó en sexo a muchos hombres, pero, a ninguno quiso. Internamente los odiaba con o sin razón. Mientras su alma, yá estaba dispuesta a salir al aire libre. A la sociedad extremista, al mundo, incomprensible, y quería volar lejos, como un ave, cuando se puede volar con alas de acero como un tal Ícaro, pero, no, sólo sentía felicidad y yá su alma estaba curada, sanada, tranquila, y sosegada. Y la quería llena de luz y por verla sonreír, pues, si era feliz, tendría una sonrisa, se dijo ella. Yá faltaba dos días para el juicio final de su vida. Ella, no era una muchacha sino una mujer mayor, por lo menos, tendría cuarenta y dos años, y yá contados. Y sólo faltaba dos días, una sensación de libertad mayor que la que estar aprisionada. Era contar y revelar toda aquella verdad que le ahogaba, que le apretaba el corazón. Y entonces, sucumbió en un sólo trance. Y pensó. -“Estoy decidida a cambiar el mundo con tan sólo haber matado a mi agresor, con tan sólo hacer valer lo que tenía en mi alma y en mi corazón, no era cuestión de sexo, sino era cuestión de haber mantenido lo que más quería mi luz en el alma. Y haber sabido que existe el talión, hacer valer con mi puño y mis manos fuerte la misma justicia, porque en total, nadie hace nada por nadie”-. Se dijo ella, mientras pensaba a dos días del juicio. Y siguió leyendo el libro filosófico, que yá le quedaba menos de la otra mitad existente. Y decía así…

 

                 “...si en occidente está el sol y en oriente la luna, y así viceversa, ¿por qué no desnudar la mente entre lo indiferente?, entre lo que acecha la vida, el amor o el odio, en blanco o negro, entre el bien o el mal, entre lo que es la felicidad o la tristeza…”,

 

Y ella se dijo. No, el sol no es para mí, si está en el occidente o en el oriente no me importaría donde estuviera. Siempre yo, estaría entre las rejas del sol, de ese sol siniestro y cálido, entre el calor y el sentido a gran temperatura que no lo sentiría. Y si entre las rejas del sol, desnudaría mi alma, para que volara lejos, pues, en verdad que estar aquí es horrible, pero, mi alma no, no, no, es libre como el viento o como el agua del mar que entre las manos cae, y nadie puede tomar un puñado de agua sin una gota caer al suelo o a donde pertenece, y es así, lo que se dice por ahí y así es mi alma. Como la fuerza entre lo que puede ser y lo que no. Es saber que el silencio, es mío y de nadie más, que mis oídos lo pueden palpar a conciencia y en delirio en saber, ¿qué era el silencio?, y ella, en su interior sabía lo que era el silencio, pues lo escuchó una vez, que después al crujir las hojas del suelo, sólo se dijo, -“éso es el silencio...que antes de un silencio extenso y en calma llegó el crujir de las hojas en el suelo”-, o sea, y se acordó del huracán, del ojo del huracán, que no hay movimiento sino silencio y que después vendría la tempestad. Sólo faltaba dos días para el juicio. Su abogado y la comparecencia yá estaba lista para el juzgado, con evidencias y más, con la triste verdad que le llenaba de felicidad. Y quiso ser Mata Hari. La prostituta sin traición y ante un sólo jurado y un juez. En que ella sabía que sería condenada a cadena perpetua. Pues, en el espejo se vió, decaída, con mil arrugas, y sin poder más con su alma llena de felicidad, -“sí estaba feliz”-, se dijo ella. Y su mente, ¿dónde estaba su mente?, si en la prisión, en aquel suceso vil o en el juicio que apenas que sería verdad, como la fría verdad que dirá, pues, sí, si ella lo hizo. Y leyó el libro, ese que le había dado tanta libertad y que decía así...       

 

                    “...si en cuestión de un segundo se para el corazón, pues, ¿qué será de la vida sin un corazón latiendo a pulso?, siente tu corazón palpitar que no quede en el silencio del ayer o de hoy, que no sea más que un solo corazón, que no somos idólatras para idolatrar el corazón, más que sea fuerza, valentía y voluntad en saber discernir entre lo bueno y malo que dicte él, tu corazón…”,

 

Y ella, otra vez, leyó la palabra “corazón”. Y se dijo, “yá no tengo corazón, y sus latidos son tan débiles como aquellas rejas del sol y del silencio, que socavan más mi pobre mente, y mi sentido estaba anestesiado por tanto sexo en las calles, tanto desamor, y tanto coraje en saber que el siniestro del sol no llegaba ni a palpar lo que era mi piel”-, el sol, ay el sol, no lo vería más, ni tan siquiera en la cancha de aquella prisión. Y estuvo así, en sombras caídas de desesperaciones sin finiquitar. Cuando por luchar, contestó aquello que creía imposible de saber. Y fue, aquella puerta de cristal o vidrio, ¿qué me hubiera pasado a si hubiera cruzado aquella puerta, qué destino tuviera ahora sin ¿prisión? o hasta cuánto soportaría el sufrimiento de un vil agresor si me hubiera casado y mi matrimonio no hubiera sido lo que yo esperaba?. Se preguntó la pregunta de los mil centavitos. Y no contestó nadie ni ella podía saber. Entonces, sólo logró sentir su corazón y supo que aún estaba viva. Pero, ¿para qué le servía?, si estaba en una prisión. Y se fue a dormir y a descansar, pues, tuvo y tenía mucho tiempo para poder leer el libro.

 

Y al otro día, despertó como toda doncella. Feliz, y reluciente. Sabía que yá quedaba un sólo día o menos horas que un día para ventilar su juicio. Para expresar todo su cometido, y más aún toda su fría verdad. No era sufrimiento, ni dolor, ni herida, era sólo un corazón que palpitaba a conciencia, sí, a pulso, y en verdad. Iba con toda su verdad, con toda lucidez, y con toda voluntad, en decir su cometido, sin evidencias, y más con el corazón dispuesto a enfrentarse a la verdad. A su verdad. Se levantó de la cama, a eso de las 7:00 de la mañana. Y desayuna. Se fue a su celda. Y leyó de aquel libro una reseña, que decía así…

 

                  “...la felicidad es más que un regocijo, y todo porque en verdad, si el corazón es feliz, pues el alma tendría luz, y si el alma tiene luz, pues, todo en su entorno sería de luz mágica, como el éxito que te da alegría, pero el fracaso, ¡ay maldita sea del fracaso!, pues, todo sería de plena oscuridad…”,

Y ella se dijo, pero, -“y qué del fracaso acaso, si caes no te levantas, y si del éxito no caes al abismo por un maldito error…”-, y se dijo que para ella estar en prisión no era a consecuencia de un delito inconsciente o por un cruel y maldito accidente, no, no, no, no estaba en la prisión y todo por una venganza que le dió el éxito profundo. Y más se evidenciaba y todo porque yá había cumplido sin ser parte de la sentencia una cruel condena. Yá llevaba más de ciento setenta y nueve, días en prisión. Yá iba a dilucidar o ventilar el juicio y que sería una condena perpetua y para siempre. Son las 12:00 del medio día. Se acerca la hora cero en aquella sala de juicio. Al otro día. El juicio de ella. ¡El juicio!. Y siguió leyendo del libro filośofico, que decía así…

 

         “...si tu diario vivido comienza a descifrar momentos desafiantes es porque así lo viviste, así fue tu destino, de un pasado que puedes recordar y nunca olvidar, y llevarte a la cama cuando duermas, que viviste, sí, viviste, aunque sea bueno o malo el momento, en que sólo los sueños si los cumpliste o no, son para el fiel comienzo con un negativo o positivo final…”-,

 

El juicio, estaba pautado para horas de la mañana de mañana. Sólo le restaban pocas horas para saber de su veredicto final. Si sería libre o no, sería encarcelada y a cadena perpetua. Ella, la muchacha de ojos claros. Se decía que el cielo era el límite. Y que sería triunfal permanecer allí y para siempre, en la cúspide, donde el éxito de su venganza sería el primer lugar de éxito de todo el mundo. Ella la muchacha de ojos claros, que ahora tenía cuarenta y dos años de edad y con la experiencia de toda reina del cabaret a lo que nunca muchas o pocas llegan, a ser la reina. Y ella, sí lo logro, pero, para cuando cometió el vil asesinato de su violador, yá tenía de esos cuarenta y dos años, una ventaja superior, yá no era la muchacha de ojos claros, la cuál, servía café en la cafetería. No tenía inocencia, ni mucho menos ser inocente del hecho, sino que era culpable y más aún, extremadamente culpable, sino ser siete a favor de ella, sino que sería cero o ningún voto a favor de ella. Durmió esa noche como nunca. El sueño estaba en su mayor complacencia, en su mayor juventud, pues, comenzaba a soñar. Y diluyó todo sueño en su venganza, y fue aquel jueves cuando todo comenzó, cuando quiso ser dueña de su propio destino, de su propio camino, y más aún, en saber a conciencia que estaría en la prisión a mayor gusto. Su alma yá había volado, lejos y de allí mismo, se sintió abandonada y triste, pues nada de eso, estaba feliz, aunque entre aquellas rejas del sol, de esos barrotes de hierro, de donde nunca podía salir ni ver el sol, tan brillante y reluciente, ni el cenit iba a volver a ver y por aquellos ojos claros como el café. Pero, en su corazón, en su corazón, siempre, iba a pertenecer a la luz y el amor, el cual nunca llegó a conocer. Y soñó con ser la heroína de aquel cuento infinito de su propia vida y existencia. Y se dijo, -“qué hechizo he tomado con leer aquel libro, estaba predestinado para mí, sólo es un sueño mi gran éxito y sé que lo es y es verdadero”, se dijo ella en el sueño. Y más soñó con el juicio. Un juez, un jurado, ella, su abogado y el destino y el camino quien la condenaba. El juez dijo, -“adelante, pase la acusada con su defensa”-, ella entró a la sala donde se efectuará su juicio final. Con una cara rebosante de felicidad, y de eterna alegría, sólo sostuvo, y lo mantenía en mente, -“que sí yo lo hice”-, cuando el juez ni había preguntado por razones ni evidencias, que sostuviera su caso en pie de libertad, aunque fuera por ilusoria. Ella, la muchacha de ojos claros, la de la cafetería, sólo quiso dejar saber el mundo su complacencia, su existencia, y de su alegría al vengar su reputación, su dignidad y más aún su integridad como mujer. Él, ese hombre, en la cual ella mató con un letal vidrio de una copa cuando estaba extasiada por el alcohol y con el sol a cuestas de ser testigo de aquel suceso, dijo, con voz clara y contundente, “sí, yo lo hice”, lo había ensayado tanto que le salió tan natural, sin nervios ni que le temblara el cuerpo. Y no hubo excusas, ni nada que no la incriminara a ella, a la muchacha de ojos claros. Todo en su contra y a favor de la víctima. Era la victimaria y la culpable de todo. El juez la sentenció a cadena perpetua, sí. Cuando despertó del sueño, no hubo tiempo en retroceso. No hubo tiempo para explicaciones. Y sí, yá estaba donde debía de estar en la prisión, como toda asesina por una venganza que ella sí, cometió. Y más aún, que ella había sido la homicida de ése hombre que le violentó su cuerpo, cuando joven. Su alma libre como aquel cielo, por donde se paseaba el ave volando lejos. Su cuerpo, yá postrado en la cama, yá había cruzado a la vejez, su mente estaba preparada para la muerte, pero, su alma aún volaba en aquella cafetería de joven. Aquella mañana, se recostó en su cama, con aquella dolencia maltrecha en su vientre. Y le dijo a una nueva amiga de celda, que era joven, que le leyera del libro un pasaje y la joven lo leyó y el libro decía así…

 

               “...cuando en tu mundo, estás harto en proseguir un rumbo incierto, no te canses para ello, pues toma la esperanza, y la fe, que mueve el mar y que pinta al cielo de azul cuando se vá la tempestad y no dejes de forzar el camino, pues es el camino quien te lleva hacia lo que puedes ser y crees en ser, y no te desesperes, pues eres la fuerza de espíritu, para un mejor mañana…”,

Cuando al leer el libro, la muchacha de ojos claros expiró. Fue al camino con Dios, fue a morar con su alma cansada de vagar en ese cuerpo donde se aprisionó una noche fría y de tormento. Se fue hacia lo inexplicable, hacia lo interrumpido: al cielo, donde ella decía que, “el cielo es el límite”. Y dejó su alma volar, la cual, nunca murió, pues, llegó a donde siempre un día la había dejado, en la cafetería de la esquina del pueblo. Y se dijo, “sí, yo lo hice”. Y cumplió su condena y más aún, que su alma hallara un sitio dónde morar y fue en la cafetería. Y llega Julinis, a la cafetería y pregunta por el trabajo que decía en la puerta de vidrio frente a la cafetería y renace, otra vez, su alma buscando un cuerpo dónde morar y que no estuviera manchado con la corrupción y la violencia ajena. En un cuerpo sano y sin manchas de dolor. Y se llamaba Julinis, una muchacha de ojos café, la cual, vencería el hechizo de aquel libro filosófico, en el cual, la muchacha de ojos café, sería la atracción en una fiesta, si Julinis, ¿ella, cambiaría su futuro, al cruzar verdaderamente la puerta de cristal o de vidrio?, más, no se sabe.               



FIN