I
Antes de oír el alud
soñábamos despiertos,
sin sueños que olvidar.
Nunca debimos soltar al lobezno...
Recién nacido arañaba la cama,
abría los ojos,
al rato los cerraba;
tus mechones de pelo
yo a menudo
los confundía con los suyos,
se le enredaba la cabellera
en la verja de alambre,
y desde el jardín,
hasta encontrarme,
arrastraba detras de sí
una estela de azabache;
y su aullido por delante,
como siempre,
llenándonos el corazón.
II
Un día me di cuenta
de que no envejecía,
y de que el mechón arrancado
ya nunca le crecería...
Su pelo, cada vez,
era más tosco y encrespado;
su piel, como una fruta,
por la verja, se estaba oxidando...
Llegaron malas hierbas al bosque,
raíces negras en marzo...
26/4/19